Por la tarde, y con el mismo cierzo recio en popa a toda vela, llegamos a un creciente y renovado Murchante, buscando el castro, llamado La Torre, por una desaparecida torre medieval, descubierto en 1994 y ya citado por Castiella. En él se encontraron cerámicas manufacturadas, celtibéricas y romanas, lo que indica su permanencia en el Hierro Antiguo, Final y Romano.
Nos sirve de pista el Canal de Lodosa, que pasa por aquí e inunda el barranco Espartel, a un centenar de metros del poblado, pero, al no poder pasar, vamos al otro lado, junto a las Bodegas, donde se lee el famoso lema murchantino –El que a Murchante vino y no probó el vino ¿a qué vino?- y nos adentramos por un viejo olivar de troncos altos y retorcidos. bajo el cerro natural., pero no podemos ir muy lejos. El cultivo de cereal , primero, la repoblación forestal después, el Canal de Lodosa y su balsa, más una posterior tejería hacen imposible la determinación de la superficie del poblado y hasta su localización exacta. Visto desde la calle más próxima de Murchante, sobre un conjunto de casas nuevas y elegantes jardines, la visión no es mucho mejor.
Desilusionados, seguimos rumbo a Urzante, que a los navarros nos suena a Cascante, municipio al que pertenece, y a un aceite exquisito que solemos tener en nuestras casas. En cuanto llegamos a él, lo reconocemos. Fue un despoblado antiguo, que en tiempos de Madoz tenía cinco casas, ocho vecinos y 32 almas, que estuvo. habitado hasta comienzos del siglo pasado. Queda el viejo cementerio, cerrado y precintado, al sur del castro, y en el núcleo del despoblado dos almacenes, donde ladra un perro; unos edificios en ruinas;, la ermita de Santa Lucía, toda de ladrillo rojo y sin campana en la espadaña, y la base de una torre medieval con grandes almohadillados de piedra arenisca, entreverados de ladrillos. Debajo y al otro lado del barranco Pedernal, que apenas lleva agua, luce una hermosa casa de campo con huerto, palmera, olivos y unos bancos de caléndulas, Un frondoso rodal de chopos lo ornamenta en su flanco oriental. Vemos terrenos baldíos entre el barranco y el cercano y cansado río Queiles, y más al oeste, algunas viñas.
La pequeña altura, de la que habla Madoz, fue el extenso terreno (12.000 metros cuadrados) del castro de la Edad de Hierro, poblado también en época romana y, como hemos visto, durante la Edad Media hasta nuestros días. Las cerámicas varias y vajillas romanas y medievales halladas aquí lo confirman. La estructura del castro es evidente, con una zona más cerca de lo que queda del despoblado y otra algo elevada, ahora baldía, poblada de tomillos, ontinas y sisallos Estaba bien defendido por el barranco al N, E. y O. y seguramente defendido por foso y muralla o empalizada por el S, por donde hoy pasa la carretera. Durante la época romana debió de haber un vicus o villa dependiente del vecino oppidum de Kaiskata, pronto municipio de derecho romano de Cascantum.
Nos queda llegar hasta términos de Fontellas y buscar El Castellar, significativo nombre del castro descubierto por Castiella, a unos cientos de metros del río Ebro, donde descubrió cerámicas manufacturadas y celtibéricas, molinos varios, ánforas campaniformes y terra sigillata hispanica. Desfigurado por el cultivo y la explotación o cantera de áridos y posterior escombrera, queda en pie la estampa de su estructura castreña recortada en el cielo azul, ya entristecido, de la tarde de abril.
No nos deja de arremeter el cierzo. Y enfrentados a él, nos volvemos a Pamplona.