Escribí, el otro día, con cierto humor, en mis apuntes sobre aforismos y afines, esta bravata: Y como estoy im-putado / sigo como di-putado. Quería reflejar la realidad de la reacción de la mayoría de los políticos españoles que no están de acuerdo en que la mera imputación de un juez, de alcance incierto, arruine su vida política. Bien. Habría que buscar un punto intermedio: que toda persona pública imputada, no sólo política, abandonara provisionalmente su cargo o su responsabilidad públicos hasta la sentencia del juicio posterior. No puede arruinar la vida una falsa o escasa imputación, que muchas veces termina en nada. Pero tampoco se puede ser ministro, presidente de Comunidad, diputada, alcalde, o directora de una televisión, con una imputación -una sombra, una sospecha, un dedo acusador…- sobre sus espaldas. En lo que todos los partidos deberían ponerse de acuerdo, de una vez.