Leo en VN noticias sobre el P. Luis Lezama, aquel joven sacerdote de origen vasco que fue coadjutor en Chinchón y en Vallecas, donde dejó rayas hechas entre los jóvenes marginados, y llegó a ser secretario del arzobispo de Madrid, el cardenal Tarancón. Le conocí en el célebre restaurante durante la Transición, El Alabardero, donde comíamos a veces los senadores y otros políticos, y donde comían casi siempre los senadores y diputados vascos. Aquella taberna que abrió Luis en Vallecas, discípulo del P. Llanos, con 16 chavales sin trabajo, se había convertido en uno de los restaurantes más atractivos de la capital. El cura Lezama era allí, y supongo que en todas partes, un encuentro de bonhomía, buen humor, conversación chispeante y sabiduría integral.
Hoy el Grupo Lezama, del que Luis es fundador y presidente, un año más joven que yo, cuenta con más de 600 trabajadores, con cuatro restaurantes y sus correspondientes escuelas de de hostelería en Sevilla, Málaga, Zaragoza y Madrid, incluidas las escuelas online, además del colegio Santa María la Blanca, reconocido por su innovación pedagógica. Su nuevo proyecto consiste en convertir la escuela madrileña en un centro adscrito a la Universidad Complutense, con 500 alumnos, que incluirá residencia de estudiantes. Comenzará con una carrera técnica de dos años y una licenciatura de cuatro. La gastronomía como ciencia tecnología, además de buen comer.
No me extraña que hoy, a la altura de su edad, haga sus votos porque los curas como él -él se define solo como cura- pierdan el miedo y se lancen a emprender proyectos de promoción e integración en vez de pedir limosna a los ricos para darla a las obras pías, y se salten el clientelismo y el asistencialismo.
El Grupo Lezama, fundación civil y no canónica, sin aceptar donaciones para poder ganarlo todo con su trabajo, ha buscado igualmente no tener patrimonio para que no le pesen las alas y poder volar, cosa que él recomienda a conventos y monasterios y a cualquier institución eclesial. Ha puesto siempre en el primer plano el valor del capital humano sobre el capital económico, descubriendo hace cincuenta años la llamada educación dual: formación continua integral, con prácticas y un trabajo remunerado. Todo un éxito.