La primera vez que vi el cuadro de Pedro Pablo Rubens, titulado Magdalena penitente y su hermana Marta, quise hablar con el responsable de la sala para advertirle sobre el disparate de la leyenda. Menos mal que dicho responsable no estaba en su despacho. Porque después supe que ya desde el siglo VI o antes se comenzó a confundir en la misma Iglesia a la Magdalena, la María de Magdala de los evangelios, casi siempre con la pecadora pública liberada y perdonada por Jesús, y alguna vez con la hermana de Marta. Triste sino la de esta mujer maravillosa, fiel a las duras y a las maduras, la primera mujer a la que se aparece Jesús, y que luego desaparece en una Iglesia y en un mundo de varones que están en todas partes y valen para todo. Me quedo mirando otro cuadro de Orazio Lami Gentileschi, con el título otra vez de Magdalena penitente, semidesnuda y extática. Una mujer -pecadora sexual, claro, y a lo sumo penitente-, pasto para pintores y escultores durante siglos. Todo un signo triste de lo que ha sido en buena parte nuestra historia, y que algunos quieren que siga siendo así, un rato mas todavía.