Eran las seis y media
de la mañana de Pascua.
He salido al balcón,
entre las flores, de diez colores,
de mis geranios.
Brillaba de lluvia el suelo de la calle.
Madrugaban de pájaros
los plátanos del patio
de la Casa de Misericordia.
Iban tres jóvenes con un maletín de ruedas
camino de la estación.
Un coche con sus luces veloces
levantó una paloma en la acera.
El cielo estaba gris y cejijunto:
no he podido ver el rayón del alba.
He recordado a María Magdalena
y a las otras mujeres,
cuando aún estaba oscuro,
camino del sepulcro de Jesús.
Xristós anéste, he dicho,
feliz hasta las lágrimas,
con todos los cristianos de este mundo y del otro,
en la lengua de los evangelios.
Sí, Cristo ha resucitado,
y el mundo que despierta
vueve a tener sentido.