Cada mañana nos despertamos con un nuevo esperpento, según la etimología que infundió al palabrón la ingeniosidad de don Ramón del Valle Inclán.
Ayer, en la sesión del Congreso, celebrado en el Senado, se habló de alarmas, acuerdos en la bocina, shoks e infartos entre las fuerzas heterogéneas que apoyan al Gobierno, a la hora, nuevamente, de aprobar decretos-leyes, que sustituyen cada vez más a las leyes presentadas y debatidas en la Cámara.
Total que el habitual mercadorismo y entreguismo del Gobierno volvió, por quita y daca siete votos, a los nuevos esperpentos de prometer y dar a los separatistas catalanes más dinero para sus pensiones, sus transportes, más todavía para la lengua, amén de pactar, por medio del recoge votos de Bolaños y los diputados de Puigdemont, la política de inmigración, que, siendo facultad exclusiva del Estado, solo puede ser transferida o delegada por ley orgánica, según el célebre artículo 150.2 de la Constitución, de amargo recuerdo. Unos dicen que todas las facultades en la materia, otros que menos. Pero los siete de la fama puigdemontista no votaron a favor, sino que se abstuvieron, y sin decirlo. Saben que mandan. Saben que chantajean. Saben que pueden hacer ridículo al Gobierno, que, después de hacerle caer, es el mayor de los agravios. Nunca sufrió un ridículo como este.
Y en esas estamos. Hasta su prensa más adicta ve sobre todo precariedad en el Gobierno. Y los demás vemos otro cachito más del Estado, a través del chantaje, cedido a los secesionistas. Y no hemos hecho más que empezar. Pero el imperturbable presidente del Gobierno se ha perturbado esta vez. Y ha perdido una votación solemne junto con su hada, no madrina sino amadrinada, Yolanda Díaz. Y ha asustado a muchos socialistas, que no ven que esto pueda llamarse Gobierno.
Y esto es ya mucho.