Los calorazos de este último agosto nos disuadieron de salir al campo. Solo un sábado más suave y algunos sábados más templados de septiembre nos animaron a volver cerca de los Pirineos.
El primer día subimos a Sorogain, entre las moles del Pilotasoro y Mendiaundi, con el cauce de la regata lleno de charcos. Conocía yo el paraje hasta el albergue, pero no había pasado de alli, a menos que en uno de los encuentros anuales del Valle de Erro de ambas vertientes, a los que me invitaba el excelente alcalde Pedro Mari Murillo, hubiéramos ido más lejos. Esta vez pasamos la frontera imvisible con Francia por un carretil que sobrevuela el abismo y aparcamos, en el lugar del Mirador, al pie de una ladera en frente del corredor de los Alduides, en cuyo extremo se asienta el pueblo de ese nombre y, a nuestra derecha, el macizo de los Pirineos españoles y franceses. A un lado vemos el campanil de la iglesita de Esnazu, y, al otro, entre una hilada de pequeños alcores, los caseríos y granjas del pueblo más cerano a Navarra, Urepel, que siempre me recuerda la fiesta del marcaje de las vacas, primer acto oficial al que me invitaron siendo presidente del Parlamento Foral. Mirando más alto, a un lado tenemos las cumbres baztanesas del Auza, el Gorramendi y las peñas de Itxusi, y más cerca de nosotros el macizo de Quinto Real, con el Adi (1459) como su mejor bandera montaraz
Estamos al final del viejo camino que unía Urepel con el collado de Pilotasoro (lugar donde los pastores jugaban a pelota), o Beardegi. Hay otro coche aparcado. Un paisano ya maduro nos saluda, sentado en un poyo natural. Baja de la cumbre de la ladera una pareja joven. Subimos poco a poco hasta la valla de alambre que separa el Valle de Erro de Quinto Real. La hierba está rala y todo el terreno punteado de hollagas abrasadas por los caloresde los últimos meses. Encontramos el dolmen descubierro por Barandiarán en 1948, con las losas desplazadas y el galgal expoliado. Cerca de la valla encontramos el dolmen, que lleva el nombre de Pilotasoro I, semicubierto y vaciado, y recorremos toda la línea para contemplar los seis túmulos del sitio, algunos ya muy desfigurados. Y todavía nosotros inventamos alguno más. En el extremo sur pastan unas ovejas.
El lugar es ideal para yantar y, ahora que se ha la gente, también para sestear. Después bajamos hasta Urepel, seguimos hasta Alduides, y en la terraza de la que fue un día Casa del Valle de Erro, como reza la leyenda encima de la puerta, tomamos un buen café, cosa rara por estos pagos. En frente de la casa hay un panel en castellano y en francés sobre las rutas de evasión de Francia hacia España durante el Gobierno de Vichy y la segunda guerra mundial, hecho en colaboración con el Gobierno de Aragón. Damos una vuelta por el pueblo, donde hay una ikastola católica de primera enseñanza. Salimos luego por la carretera que une los Alduides con Eugi, atravesando Quinto Real, que tanto nos gusta. Aqui, todavía con sol, nos tomamos un refresco. Y vemos con pena la caída de la lámina de agua, que abastece Pamplona, dentro de una sequía que parece no acabar nunca.