¿Memoria o desnaturalización de la historia?

 

       Durante nuestra Transición a la Democracia, los comunistas españoles cambiaron el marxismo-leninismo-stalinismo por el eurocomunismo, y los socialistas, tras varias idas y venidas, asumieron la socialdemocracia europea, abandonando el dogma del marxismo. Lo que contribuyó decisivamente a la democratización del sistema  político español.

Lo recuerda a menudo un conocedor eximio de la historia de España, como es Stanley G. Payne. Pero, a comienzos del nuevo siglo -recalca-, una parte de la izquierda, tanto comunista como socialista, abandonó esas nuevas posiciones en favor de un llamado progresismo radical, que, exigiendo el imperio moral de la corrección política, enfatiza el regreso a la polarización y la demonización del adversario, convertido en enemigo, y enemigo fascista sin más. La nueva ideología progresista rechaza los valores tradicionales de la sociedad, meros desechos del pasado, como no lo había hecho ni la socialdemocracia y ni siquiera el marxismo-leninismo, que, al menos, respetaba la cultura clásica. El nuevo progresismo tiene cmo objetivo principal la revolución cultural, mucho más que cualquier otra revolución. Esa revolución que transforma la historia en un registro de víctimas y verdugos.  Las unas para ser reivindicadas. Los otros, para ser estigmatizados.

No es menester añadir que él único juez inapelable a la hora de juzgar sin piedad a unas y a otros son los caudillos infalibles de ese mismo progresismo, llamado radical. ¿Arraigado en qué? Como lo dijo con frase lapidaria hace muchos años Vaclav Havel, en el odio y en la mentira.