Aunque fui la primera víctima de la nueva ley de Prensa de Manuel Fraga Iribarne, juzgado por el Tribunal de Orden Público en marzo de 1966, conocí personalmente al político conservador español durante su breve estancia en el Parlamento Europeo, al que acudía pocas veces. No brilló en él, ni creo que lo tomó muy a pecho. La repreentación de Alianza Popular era entonces muy, muy conservadora, y en ella había otros ministros y altos cargos del franquismo. No recuerdo ninguna memorable intervención de don Manuel, entre las pocas que tuvo. Las relaciones de nuestro grupo con el suyo eran, como con todos los otros, amables, pero no pasaban de ahí. Coincidió por aquellas fechas un atentado terrorista contra la residencia de Fraga y todos nos aprestamos a mostrarle nuestra solidaridad. Guardo de él una estampa de político serio, educado, distante. Pero una vez que acompañaba yo a un grupo navarro que visitaba el Parlamento, nos encontramos de bruces con él en uno de los pasillos. Entonces vi la transfiguración del político populista y popular que era: cambió su rostro, comenzó a hablar dicharachero, a repartir manos, a recordar Navarra, su Camino de Santiago, su parador de Olite, la casa de su madre en Ultrapuertos… Era el Manuel Fraga, que ahora aparece en todos los telediarios, como un hombre de leyenda…