Este año, me es más fácil entender
el símbolo de la ceniza.
Pegado a una sonda vesical
y enredado en sus gomas tubulares,
pugno por parecer normal en mi convalecencia,
tras pasar por el tedio
de la salud quebrada
y del miedo a perder
las ganas de vivir,
atento a los ritmos calculados
de la orina y las heces,
huéspedes insólitos de mis poemas,
sometido al Duodart,
dutasterida-hidrocloruro
de tamsulosina.
Temblando sobre el suelo de la nada,
propia de mi finitud
creatural,
sé que solo de Dios
puedo aspirar al Ser
y salvar mi existencia.
Mas, si es cosa de cenizas,
hago míos los versos
del poeta admirable
José Corredor-Matheos:
`Todo ser ceniza.
Ceniza.
Pero ahora,
qué plenitud.
Todo, en vuelo.
Y tú,
sabiéndote ceniza,
pero ardiendo´.