Esa era en tiempo de Blasco Ibáñez, según el escritor prologuista valenciano Manuel Vicent, la expresión del triunfo social de la mesocracia valenciana. Esa mesocracia representada aqui en primer lugar por la protagonista, doña Manuela, a la que vemos entrar en el mercado con su busto airoso, sus amplios faldones, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla. Y con ella el cochero de la tartana y la criada. Cuando, al final de la novela Arroz y tartana (1894), doña Manuela y su entorno caen en el mayor de los fracasos y, a la par, en la mayor de las degradaciones, el viejo don Eugenio, el dueño quebrado la tienda embargada Las Tres Rosas -centro sibólico de la acción novelesca-, exclama profético poco antes de morir del susto y del disgusto: ¡Te has lucido, Eugenio! Sesenta años de honradez inquebrantable, llegar a una edad a que pocos llegan ¿y todo para qué? Para desmoronarse en un día lo que tanto me costó de edificar… ¿Pero ¿en qué tiempos estamos? (…) La maldita ambición de subir y salirse de la esfera los pierde a todos… Esta no es mi época. El lector de la novela, tan antigua, ve aquellos sucesos a la luz de lo ocurrido en años recientes, entre la delincuencia y la cárcel, con algunos descendientes políticos, industriales y comerciales, de aquellos mesócratas decimonónicos, todavía modesta burguesía valenciana, que pensaban sólo en ganar, en triunfar y en lucirse, a la vez que comenzaban a corromperse. Pero, además, afortundamente, puede el mismo lector gozar de las sabrosas descripciones naturalistas de Vicente Blasco Ibáñez, con su deje crítico y sutilmente malvado, de lo que ha sido y sigue siendo seña de identidad de la ciudad de Valencia: el mercado, la feria, la Navidad, el carnaval, las Fallas, los fuegos artificiales, los toros, la Semana Santa, la fiesta de la Virgen de los Desamparados, los miracles de Sant Vicent, la procesión del Corpus…