Durante los últimos años, cientos de jóvenes españoles dan lo mejor de sí mismos por medio mundo en sus vacaciones de verano, por medio de congregaciones religiosas, comunidades eclesiales, asociaciones de vario tipo. Impresiona leer algunos de sus relatos. Por ejemplo, el de la cordobesa María del Valle Moreno Blázquez, estudiante de Farmacia en la universidad Francisco de Vitoria, de Madrid. Ha estado este verano en Guinea Ecuatorial con la asociación Juventud Misionera. Ya el año anterior, vivió otra experiencia misionera en Etiopía con las Hermanas de la Caridad. De la vivencia de este año escribe:
Conocer Guinea ha sido un auténtico regalo, pero conocer más aDios a través de su gente ha sido precioso. Como cristiana, baso mi fe en la cruz, que está formada por dos palos, uno vertical y uno horizontal; el vertical me lleva al cielo, a Dios. Y el horizontal me lleva a las personas que tengo al lado en mi día a día, al prójimo. (…) Las misiones me hacen salir de mí, de mis egoísmos, de mis sombras. Me hacen curar heridas y me permiten ponerme por completo al servicio del otro. (…) en la medida que salgo de mí para llegar a las necesidades del prójimo, más me encuentro conmigo misma y con Dios en mi vida.
Y así, o en términos parecidos, los testimonios del zaragozano Sergio Pérez Cantín, que ha estado con los dominicos en Puerto Maldonado, en la Amazonia. O el de Álvaro Gaona, que ha acompañado a los misioneros javerianos en Douala (Camerún). a través de la Delegación Diocesana de Cartagena. Hace algunos años estuvo en Perú trabajando en un pueblo de chabolas durante un mes. Pero, casi diez años después, escribe, esta sociedad consumista había vuelto a contaminar mi mente con cosas absurdas basadas en el prestigio o el ganar mucho dinero, quedando mi felicidad hipotecada hasta recibir la paga. Ahora, puede decir con gozo: Dios se ha materializado en estos niños y amigos que he encontrado. Ahora sólo quiero que mi amor les acompañe para siempre, que sea un amor correspondido.