Sopla Eolo al atardecer sobre los conglomerados de Erreniega o del Perdón -referencia a la antigua ermita, hoy renovada-, una de las montañas que, pétreamente, asidas de la mano, custodian la cuenca de Pamplona.
Sopla Eolo, dios homérico de los vientos. O, mejor, manda que salga alguno de ellos de su odre prodigioso y mueva los nuevos molinos que se llaman eólicos en honor de su nombre.
Si durante muchos años la energía que impulsa el progresp técnico-industrial salió del seno de la tierra, llegó la hora de que en todas partes, y también en muchos puntos de Navarra, venga del aire, del agua y del sol.
Los molinos eólicos son demasiado altos y fuertes como para que ningún don Quijote arrebatado arremeta contra ellos, aunque parecen más gigantes que los del siglo XVII.
– ¿Qué gigantes? -preguntó Sancho.
– Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos , que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
– Mire vuesa merced -replicó Sancho- que aquéllos que alli se parecen no son gigantes…