Ni Moscú ni el Vaticano

Por muchos defectos que encontremos en las actuales campañas electorales; por mucho que abominemos el sectarismo, el fanatismo y demás torpezas de ciertos personajes políticos, nadie llega ya al extremo de atribuir el triunfo electoral del enemigo (más que adversasrio) a Moscú, en un caso, y al Vaticano, en otro. Ese era el caso durante la Segunda República. Mario de Coca, un socialista besteirista (seguidor de Julián Besteiro) acérrimo, en su medirocre  libro Anticaballero, escrito para acusar al revoluciconario dirigente socialista Francisco Largo Caballero de oportunismo izquierdista y de izquierdismo no-marxista, escribía, dos años más tarde, sobre las elecciones de noviembre-diciembre de 1933, que dieron el triunfo a la coalición gubernamental radical-gilroblista: El 19 de noviembre, votaron  en bandas de millares frailes, monjas, curas, sacerdotes, tullidos, asilados, ancianidades venerables enterradas en vida en edificios religiosos. La República era ya del Vaticano. Los socialistas lograron sacar sesenta diputados, y las Cortes, el Gobierno y la vida política pasaron a depender del Papa romano ( p. 124). Un comentario político, como se ve, digno del acerado y ortodoxo marxista por el que se tenía el autor.