Buscamos la nieve.
Subimos a la nieve.
Contemplamos la nieve.
Veneramos la nieve.
La albura de la nieve,
la blandura de la nieve,
la tersura,
la ternura de la nieve.
¿De dónde viene la nieve?
De arcangélicos molinos,
respondió el poeta.
Nada tan cerca de los ángeles
-ángeles literarios, terrestres o celestes-
como la nieve.
Nada tan bello como la nieve.
Ni tan silente.
Ni tan nutricio como la nieve.
Miramos arrobados monolitos de nieve,
picos, sierras, cantiles, simas, vértigos de nieve,
bosques, prados, jardines, páramos de nieve,
fuentes, ríos, cascadas, piélagos de nieve,
un cielo de nieve,
un sol de nieve, de blanca luz borrosa,
y juguetes de nieve,
ascensores de nieve,
jugadores de la nieve…
Queremos ser altos como la nieve.
Puros como la nieve.
Nuevos como la nieve.
Dios no es la nieve,
pero cómo nos evoca a Dios
la nieve…
Anayet y Panticosa, marzo 2020.