No conozco la obra teatral de José Ramón Fernández, que fue la base literaria de la película de Andrea Jaurrieta, pero sí la de Chéjov, titulada La Gaviota, de la que procede el nombre de la protagonista -actriz aficionada. hija de un rico terrateniente- y una cierta inspiración o contra-inspiración. Todo un laberinto de amores y desamores entre artistas, actores, actrices y escritores en torno a un lago y a una gaviota muerta, símbolo de un presentimiento. Entre ellos sobresale el maduro autor de cuentos maravillosos, B. A. Trigorin, a quien la adolescente Nina lee y de quien se siente atraída hasta el arrobo. En uno de los diálogos más nutricios del drama sobre la escritura, el escritor, la literatura y la fama, llega a decirle: Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala. El escritor ya había manifestado antes su intención de conocerla: qué cosita es Usted.
Nina se fugó de casa y se unió a Trigorin, con quien tuvo un hijo, que se les murió. Trigorin volvió a sus mujeres y Nina siguió siendo una actriz mediocre, pero siempre enamorada hasta la desesperación del escritor. Lo que es motivo para que el amigo de Nina y director del grupo teatral, Treplev, el matador de la gaviota, siempre enamorado de la joven y odiador de Trigorin, se pegue un tiro, al verla alejada definitivamente de sus aspiraciones.
Una buena ocasión literaria para que Andrea Jaurrieta, una mujer creadora de nuestro siglo, convierta, al decir de Cinemanía, una melancolía pavisosa decimonónica en un furibundo alegato feminista. Y haga de una bobita enamorada del siglo XIX una mujer consciente y liberadora del XXI. Hasta qué punto su actuación es genuina liberación, discuten y discutirán de por vida los comentaristas y los videntes de la película. Pues en eso consiste el llamado western sin tiros. Los caños de la escopeta de la Nina rebelde y actual en la boca depredadora del Trigorin contemporáneo es un interrogante moral decisivo, ocurra lo que ocurra después. Mejor, así. Porque eso es arte. Y que cada vidente juzgue por su cuenta.