Lo grave es que ahora los contribuyentes tengamos que pagar el exceso de los beneficios obtenidos por unos señores que se han enriquecido, esos últimos años, con descaro y desmesura, con desvergüenza. Vamos viendo que las ayudas de los Estados -de todos los contribuyentes- van yendo a las grandes empresas, a los grandes bancos -a unos u otros-, mientras se nos cuenta el número de pequeñas empresas y comercios que cierran cada minuto! ¿No hay alternativa al rescate? No la hay, al parecer, ya en un momento límite, cuando se trata de salvar, se nos dice, la riqueza de todos. Entidades financieras han buscado obtener rentabilidades máximas a partir de la circulación de la deuda y de productos sobre los que no tenían información fiable. Falta de credibilidad y falta de garantías. Falta de reglas y mucha codicia de los inversores: ganar dinero a cualquier precio. Hipotecas basura (crisis subprime) e individuos (personas es mucho decir) hechos de oro. El ultraliberalismo financiero y la financiarización excesiva no hacen más que distanciarse de la economía real. Lo que se lleva la especulación a todo pasto pierde la industria, el comercio, la agricultura; crece la desigualdad distributiva y disminuye el valor de los salarios reales. Tampoco el Estado asistencial es la solución, aunque en momentos límites, lo estamos viendo, es la receta. Queda la economía real y su financiación, con pluralidad de formas de propiedad, la descentralización de las funciones económicas y administrativas, el federalismo fiscal y la subsidiaridad horizontal. La riqueza económica en manos de unos pocos no es el único objetivo del mundo.