Cuando el cardenal franciscano, arzobispo de Sao Paolo, Cláudio Hummes, susurró a su amigo, el recién elegido papa, Francisco, aquel célebre consejo ¡No te olvides de los pobres!, no era un mera anécdota en su prolongada vida, sino todo un lema que la guió siempre y en todo lugar. Este hombre clave en la Iglesia brasileña, prefecto después de la Congregación del Clero, inspirador más tarde y relator general del Sínodo Panamazónico, murió el pasado 4 de julio, víctima de un cáncer. Toda la Iglesia, especialmente la que peregrina en Iberoamérica le ha llorado y honrado con las mejores laudes: legado de profecía y sabiduría; otro Francisco de Asís en la Amazonía; radicalmente hermano; visionario comprometido con la esperanza; gran impulsor de la senda sinodal; un franciscano sin miedos…
Basta, para seguir admirándole, este párrafo de una de sus reflexiones sobre ese Sínodo, en diciembre de 2019, cuando era presidente de la Red Eclesial Panamericana (REPAM), en una reunión de su Comité Ejecutivo: Lo que quedó muy claro es que los indígenas pedían a la Iglesia que fuera su aliada. Por tanto, debemos estar junto a ellos, escucharlos, iluminarlos en la medida en que lo pidan o necesiten. Y que tengamos la capacidad de respetar sus decisiones, porque ellos dicen: «No queremos que la Iglesia decida por nosotros, sino que la Iglesia apoye nuestras decisiones, nuestro derecho de decidir, aunque lo que decidamos sea errado». La Iglesia debe respetar esto, y esto tiene que ver con el diálogo interreligioso, con las espiritualidades de los pueblos, con la historia de la trascendencia de sus culturas. Solo este camino puede llevarnos a ser una Iglesia inculturada. Ese iluminar es presentar a Jesucristo como una luz que no se impone, que lo que quiere es acompañar.