Llevé mi primer lote de ropa y material de farmacia, en los primeros días de la invasión de Ucrania, a una ONG cercana a los jesuita, cuando en cualquier esquina se recogían materiales para el país invadido. Y ayer llevé el segundo, después de mucho preguntar dónde y cuándo recogían ahora cosas para el mismo fin. Y fue en el Colegio Oficial de Enfermería de Pamplona: en la puerta norte. Dos tardes a la semana. Título y reclamo: Nuestro Armario.
Había toda una colmena de gente a la entrada, pero sin rumor y menos bullicio. Unos entraban y otros salían. Digamos mejor que otras salían. En el local de la recepción, un sin fin de cajas de zapatos nuevos y multitud de lotes de calcetines, calzoncillos, bragas, camisas, camisetas, pañuelos y demás ropas de vestir, fruto de donaciones de comercios, tiendas y particulares. Dos enfermeras veteranas y amables atendían a los donantes. En el local contiguo, con mucha más gente dentro, se exponía, como si de un comercio sencillo y normal se tratara, todo lo que, debidamente revisado y útil, había ingresado, días antes, en el local anterior: vestidos, faldas, camisas, jerseys, chaquetas, pantalones, blusas… Mujeres, jóvenes y chicas ucranianas, mayormente, miraban, sopesaban, calculaban, comparaban, se probaban, elegían y… se llevaban, sin pagar un euro, sin que se afanasen los vigilantes, que no existían, sin que sonara alarma alguna, aquellas prendas que necesitaban.
Todo en orden, todo discreto; todo sin nombres, sin fotos, sin publicidad ni propaganda alguna. Con el lenguaje, humano, silencioso y cotidiano, de la solidaridad.