El otoño ha llegado a su climax. Han llegado también las tardías, débiles, primeras lluvias desde el verano, que pueden despintar, si arrecian, los paisajes otoñales. ¿Por qué no dar una vuelta por el Baztán o por Urbasa? Parece que va a llover menos en el Baztán.
Llueve poco en la Cuenca de Pamplona, en el valle y Valle de Ultzama y en el valle y Valle del Baztán. Pero llueve. Llueve mansamente en Oharriz, sobre el palacio Jauregi, sobre la media docena de casonas del barrio y sobre uno de los recodos más placenteros del río Baztán. También sobre los palacios de Irurita y sobre los grupos de turistas que recorren Elizondo siguiendo los pasos de la agente Salazar, la de las novelas y películas de Dolores Redondo.
Llueve sobre los caseríos que pueblan la vasta zona montañosa entre Elizondo y el barrio de Beartzun; sobre las tirolinas, hoy vacías, y sobre las ovejas, las vacas y las yeguas que pastan -blanco, negro, pardo y rojo sobre verde- en los prados familiares cercados de piedras. Unas nieblas bajas apenas dejan ver el otoño cerca del último caserío navarro, próximo a la frontera francesa.
En Elizondo deja ahora de llover, a la hora de la siesta, sobre las moreras que dan sombra verde a la terraza del bar Karrika. Una de ellas se ha vestido ya de amarillo y deja caer unas hojas grandes y puntiagudas. Crecida la luz del mediodía, el otoño aparece tal cual es en Elbete, y en todo el camino que pasa por los barrios de Arizkun y entra en las calles prietas de Erratzu, para seguir y subir luego nueve kilómetros hasta el puerto de Izpegi. El otoño ha caído sobre Saint-Etienne de Bigorre y los alrededores; también cae sobre tantos de mis recuerdos en Navarra de Ultrapuertos. Y sobre el puerto cae un insistente calabobos.
Desde aqui, el valle del Baztán no es, como se dice, ni un praderio, ni un mar, ni un lago verde, sino un paraíso otoñal, que arranca desde los helechales del Gorramendi, el Auza y montes propincuos hasta los hayedos de Azpilcueta y su barrio de Zuaztoi, que tiene todos los colores del arco iris y aún más. Mira que me he pasado yo ratos en mi vida queriendo tontamente ver y publicar todos los colores del otoño… Pues hoy no pretendo nada parecido. Me dejo llevar por ellos, me dejo en-amorar de ellos, sin más. Agradezco a los muchos pintores del Baztán lo que me han enseñado sobre sus colores: Ana Mari Marín, José Mari Apezetchea, Tomás Sobrino… Pero ahora navego solo con mis ojos sobre ellos.
Al volver por Elizondo, todavía algunos turistas andan por sus calles siguiendo las huellas de la agente Salazar.