He escrito tanto sobre banderas y, en general, sobre el papel de los símbolos en la política, casi ad nauseam, que se me hace muy áspero traer el tema a este rincón. Por fin el Gobierno cuatripartito de Navarra, el Gobierno nacionalista-independentista vasco y autodeterminista de Navarra (nadie, por cierto, lo llama así), primero, por unanimidad, y después el Palamento, por un voto de diferencia, ha aprobado la supresión de nuestra ley de Símbolos de 2003, tan sólo porque prohibía la exhibición de otros símbolos, es decir, la bandera de la CAV, inventada por los hermanos Arana Goiri y llamada popularmente la señalita (ikurriña). Ad nauseam también han repetido sus portavoces la falacia de que las banderas representan sentimientos o sensibildades, haciendose los generosos y plurales, como se llaman, cuando todo el mundo sabe que lo que representan banderas, escudos e himnos son pertenencias políticas, sujetos políticos de pertenencia, votados naturalmente por ciudadanos con sentimientos, voluntades y entendimientos (inteligencia humana). Pero aqui tengo que añadir que buena parte de la confusión, la indiferencia, descuido o miedo de la ciudadanía en torno a este asunto la tenemos en buena parte los llamados constitucionalistas, es decir, los demócratas y autonomistas españoles, que no tuvimoss una idea clara y patriótica en los años de la Transicióm y dejamos la cosa a la suerte de cada uno. Durante muchos años, en los balcones de muchas casas consistoriales y otros edificios públicos en manos de UCD, PSOE, PP, etc. no ondeó bandera alguna, y a muy pocos les importó que en su municipio, especialmente en Euskadi, Navarra o Cataluña, estuvieran todas las banderas menos… la española. Éramos demasiado progresistas para hacer otra cosa. ¿Banderas? Trapos, sentimentalismos, bobadas, patriotería barata, ganas de complicar las cosas, necedades… y todo eso. Y en Navarra, digamos lo mismo sobre la bandera secular de nuestra Comunidad, ahora tan exaltada por muchos. Demasiado tarde. Demasiado mal.