Con ocasión del Día de la Constitución, todo el mundo ha hablado y escrito de su carácter pactado, y elogiado, como ha podido, el concepto y la palabra de pacto, que pocos conocen de cerca. Solemos confundir contrato, ley y pacto. El primero se regula por intereses privados, particulares. La ley nos vincula a todos con todos en el Estado moderno. El pacto, en cambio, dice alianza, confianza, lealtad mutua y está a la raíz de todo contrato, de toda ley democrática. El contrato público y grave, solemne, estricto y condicional, suele llamarse pacto, y asi se llaman todos los de fuerte carácter político y social, que suelen fructificar en constituciones, leyes constitucionales o leyes importantes.
Pero para que haya pacto suele ser necesaria alguna auctoritas, fuente habitual de todo poder verdadero y durable, que proponga el pacto como horizonte de esperanza. Cuando se rompe unilateralmente el pacto y queda solo la ley, negada o despreciada por una de las partes, se impone la necesidad de un nuevo liderazgo que lo recomponga o reconstruya; de otro modo, la ley se arrastra, cuando no se aplica de manera rígida o compulsiva o se deja a la intemperie la cosa pública. A veces los rompedores del pacto son cualquier cosa menos leales al espíritu del mismo y se convierten en delincuentes comunes.
El pacto de la Transición Española, origen y fundamento de todo el ordenamiento jurídico posterior, tuvo a su frente la auctoritas histórica y político del rey Juan Carlos y del presidente Adolfo Suarez, y en cada partido o movimiento constitucional una figura relevante e indiscutible. El desgraciado pasado reciente y el anhelado futuro de nuestra Nación fueron personificaciones reales, mucho más que retóricas, que enriquecieron las auctoritas personales e influyeron decisivamente en el pueblo español. También la entonces Comunidad Económica Europea, de lejos y de cerca, jugó un principal papel de suprema auctoritas política, económica y moral.
Puesto que estamos de conmemoración, mejor será no comparar aquel acontecimiento con la triste realidad que nos toca padecer.