A la hora de Vísperas, la amplia iglesia neoclásica del monasterio benedictino de Silos está llena a rebosar. Cuento catorce monjes, la mayoría jóvenes o maduros. Cantan con la contención y suavidad que solo recuerdo haber oído en Solesmes, Montserrat y algunas veces en Leire. Todo el salterio, antifonario e himnario lo cantan en latín, y solo la brevísima lectura y las oraciones en la lengua de los fieles.
Ni mi latín me sirve para seguir la oración, porque no oigo más que el susurro de la cantiga. Cuando terminan las vísperas y el templo se despeja, me acerco al brillante presbiterio -un prodigio de proporcionalidad de Ventura Rodríguez- y a uno de los monjes mayores, que se ha quedado en su asiento del coro, le pregunto por qué no emplean, como tantas iglesias a la hora del culto, una pantalla, donde podrían aparecer en castellano los salmos que ellos cantan en latín. Me contesta amable que los textos en castellano están en unas hojas que pueden recoger los fieles. No los hemos visto y, además, seguramente han llegado para pocos. Le recuerdo la misa en latín no entendida y de espaldas de antes del Concilio y me sonríe propicio. Me vuelvo a otro monje más joven, que aparece en el coro. Como le digo que vengo de Pamplona, me pregunta con monacal retranca si en Leire ponen en la pantalla los textos traducidos, y a renglón seguido me pregunta si he corrido delante de los toros en San Fermín. Está claro que he dado en hueso. Me ha faltado decirles que en Montserrat hace muchos años que los benedictinos cantan las Vísperas y el resto de las Horas en catalán.
Al día siguiente, en la misa dominical solemne del monasterio, recitada en castellano, canta el coro de monjes las partes invariables tomadas de la misa gregoriana Stelliferi Conditor Orbis, la llamada Misa XIII (para Memorias), una de la misas más difíciles y menos oídas del canto llano. En la homilía, al celebrante le toca hablar sobre el divorcio, según el texto primitivo de Marcos, cuando todavía no había eximentes, y tiene tantas dificultades para hacerse con su público como las tuvo el mismísimo Jesús con los suyos, y como las tendrá toda la Iglesia a través de los siglos.
Pero la gente sale contenta de la liturgia monacal. Más allá del texto, con ser imprescindible, y de la enjundia musical, está el embrujo o halo religioso-místico de la trascendencia y sobrenaturalidad en lo natural del misterio litúrgico. Que es lo que se busca y se necesita.
Ni que decir tiene que, a pesar de un delicado calabobos que se nos echa encima, no dejamos de ver el claustro. Se mojan levemente las lavandas de los parterres de boj del patio claustral, y nosotros volvemos a contemplar asombrados las estrías de la fina piel de piedra de las figuras bíblicas de los capiteles; las plumas de piedra de las aves; las arrugas de piedra de los animales salvajes; las hojas aserradas de piedra de los árboles y plantas; los puntos de piedra de las ropas de las personas…
Hasta que, sin poderlo remediar, vuelvo a recitar, esta vez no desde el primer piso del claustro, sino desde el suelo de la crujía de enfrente, el perfecto soneto de Gerardo sobre el ciprés de Silos:
Enhiesto surtidor de sombra y sueño…
Covarrubias bajo la lluvia es tan bella o más que sin ella. Además, la asociación San Olav de la villa celebra hoy el día de la hermandad con Noruega, la patria de la princesa Cristina, cuya escultura está rodeada de flores y de las banderas de las dos naciones. En la plaza mayor, junto al torreón de Fernán González, y mientras el embajador noruego comparte manteles con el alcalde de la villa en un cercano mesón, dos señoras entusiastas venden bajo las arcadas salmón noruego y vino del Duero.
Nos despedimos de este rincón de Castilla acompañando un rato, al otro lado de las murallas, al río Arlanza, al que hemos visto nacer, que corre ya mocetón entre una alta y frondosa guardia de álamos, sauces, olmos, fresnos y alisos.