Mt 22, 1-14 y Lc 15, 16-24.
Mt 8, 11-12 y Lc 13, 28-29
Érase una vez un señor importante,
que preparó una gran cena festiva,
a la que invitó a gente del lugar.
Habiendo avisado a tiempo a todos los comensales,
envió a sus siervos a decirles:
–Venid, que está preparada la cena.
Pero todos, uno a uno, comenzaron a excusarse:
quien con una excusa, quien con otra:
la familia, el campo, los negocios…
Enojado y airado el anfitrión,
mandó entonces a sus siervos:
–Id por calles y plazas,
y a cuantos encontréis,
invitadlos a la cena.
Así lo hicieron, y la sala del banquete
se llenó de nuevos invitados.
Jesús habla aquí
de la salvación final en el reino de Dios,
de la mesa del convite con el padre Abrahán,
Isaac y Jacob,
al que vendrán de Oriente y Occidente,
para sentarse con ellos.
No habrá, no,
una segunda oportunidad.
Se invitará a otros -los llamados gentiles–
a la fiesta,
mientras aquellos antes invitados,
que quisieron excusarse,
fuera quedarán
entre el llanto y rechinar de dientes.