Lucas, el redactor de los Hechos, sitúa la irrupción del Espíritu en la fiesta de Pentecostés, la fiesta judía de las Semanas, que primeramente fue fiesta de la siega, y se había convertido también en la fiesta de la renovación de la Alianza, valor litúrgico que pudo inspirar la escenificación de Lucas evocando la entrega de la Ley en el Sinaí (Hch 2, 1-41).
Lucas nos deja en el capítulo anterior (Hch 1, 12-26) unos apuntes sobre la vida de la primitiva Iglesia, despues de la Ascensión del Señor, cuando,en su casa de Jerusalén los apóstoles permanecían firmes, con un mismo ardor, dedicándose a la oración, junto a las mujeres y María, la madre de Jesús y sus hermanos (Hch, 1, 12-14). Aquí si es segura la presencia de María, que parecía ausente en una etapa anterior.
El que resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, envia el Espíritu desde el seno de Dios Padre, como Señor escatológico y también como Hijo de Dios. Jesús, que ahora lo posee en plenitud, lo ofrece a sus creyentes, iniciando así el tiempo nuevo de su Iglesia. Los testigos de la Pascua (apóstoles, mujeres, la madre y los hermanos de Jesús) son los receptores de la nueva experiencia del Espíritu. Los primeros misioneros y enviados finales del Espíritu de Jesús el Cristo.
En el regalo de lo glosolalia, característica del profetismo israelita, ve el evangelista e historiador Lucas la restauración de la unidad perdida en Babel, símbolo y anticipación admirable de la misión universal de los apóstoles.