Las formas de Matisse, grandes y cortadas de manera casual, con frecuencia torpes y desgarbadas -nos dice Frank O. Gehry, el aquitecto del Guggenheim-, le inspiraron la construcción del Museo y de otras construcciones recientes: pensemos, p.e., en las nuevas bodegas Marqués de Riscal, en Elciego. Si la arquitectura (las arquitecturas) ha sido durante siglos fuente de inspiración para multitud de pintores, he aquí el caso de un buen pintor, como Matisse, que inspira a un buen arquitecto. Añadamos, pues de confesiones hablamos, la inspiración de escenas de la infancia. Gehry nos ha revelado el recuerdo de las carpas que tenía su abuela en su casa, cómo de niño las contemplaba, jugaba con ellas, antes de gustarlas en el plato (aquí nos gustan menos), y cómo, al instalar el Museo en la ría de Bilbao, y junto al mar, el símbolo del pez ha estado muy presente en su imaginación y en sus dibujos preparatorios: las planchas de titanio, tan parecidas a las escamas. Muy cerca, la escultura de la gran araña de bronce, de Luisse Bourgeois, se debe también a un sueño de infancia: su madre era tejedora y enfermiza y la niña la cuidaba, haciendo de hija y de madre a la vez. La araña gigante, como gran protectora, defensora y guardiana frente a los mosquitos feroces y voraces. Pintura e infancia. Sueños y símbolos en y para esta obra, que cada día me parece más bella y afortunada. Un lujo para Bilbao, que se ha ido transformando en una hermosa y nueva ciudad, en la que el Paseo Fluvial, camino del mar y del mundo, ha sustituido a las Siete Calles de siglos anteriores y a la Gran Vía del XlX y XX. Museo Guggenheim: barco soñado, al pairo, en la ría de Bilbao; brinco de pez inmenso y reluciente; banco de carpas al sol.