Ayer, en su serie Classics de los viernes, nos regaló La Trece la mejor película de Luis García Berlanga, Plácido.
Una radiografía esperpéntica, vallinclanesca, de la España de 1961, entre la del hambre de la posguerra y la desarrollista de los sesenta-setenta. Con los mejores actores del momento, encabezados por Joé Luis López Vázquez: los pobres de solemnidad, los pobres no solemnes, la clase media, los bancos, los notarios, los periodistas, las actrices, los actores, los médicos, los curas, los matrimonios, las parentelas, las fiestas, las costumbres, los regalos, la Navidad del siente un pobre a la mesa… Con un comienzo (el tren de las actrices, la caravana, los carromatos, la subasta…), que recordaba tanto a Bienvenido Mr. Marshall… Y con esa secuencia genial del pobre solemne -Pascual, por cierto-, a quien durante la cena le da una angina de pecho y le casan entre todos con su prójima, otra pobre solemne, in artículo mortis. Todo jovial, alegre, amable, compasivo, aun dentro de la tristeza, la miseria o la desgracia. Sin asomo de rencor, sin amargura. Pero sobre todo, la radiografía del alma humana: pobre, egoísta, ególatra, privativa, primitiva, interesada, mezquina, vanidosa, altanera, aparente, recelosa, superficial, envidiosa, hipócrita, de pane lucrando, quien pilla, pilla… Y todo, como contraste, la tarde-noche de Nochebuena (¡Felices Pascuas!, una y otra vez), con un triste villancico final: Madre, en la puerta hya un niño, que termina tan poco navideñamente:
Porque en esta tierra
ya no hay caridad.
Ni la ha habido nunca,
ni nunca la habrá.