Mis amigos se sorprenden al verme un tanto lejano de los acontecimientos políticos actuales, como se ve bien en el Cuaderno de Bitácora. Es solo una medida de higiene mental y moral, impuesta por las circunstancias. En un país que, aparte la violencia asesina, se parece tanto en su bi-bloquismo a la España de la primavera de 1936, necesito, no solo para no repetirme y agostarme, sino también para seguir siendo el mismo con mis convicciones intactas, apartarme un tanto de todo aquello que pueda, aunque sea poco a poco, llegar a deshumanizarme.
Considero que la situación, creada sobre todo por el presidente del Gobierno, es tan disparatada (y aquí pongamos todos los sinónimos recogidos por Julio Cejador), que no puede seguir adelante, porque nada violento es durable, y que, si los partidos independentistas, seguidos por un PSOE ovejuno, intentan llevarla hacia sus objetivos proclamados, la cosa acabará mal. No como en el verano de 1936, porque la sociedad española es otra y, además, estamos dentro de la Unión Europea, pero acabar mal, a la española, es suficientemente grave.
Cuidar la salud mental y moral no es desentenderse de nada, ni pasar de lo que ocurre, ni devenir en escéptico a la violeta. Pero es, al menos, no cooperar al envilecimiento general, a la confrontación deliberada y sustantiva de las dos Españas de las doscientas tribus. Los que hicimos, un día no lejano, de la Reconciliación la divisa de nuestra vida, por encima de cualquier otro interés, tenemos el deber de obedecer ciertas razones del corazón que la razón (a veces) no conoce.