Por los tres castros de Pitillas

 

         Acompañados y guiados esta vez por Mari Carmen y Juan José, vecinos ilustres de Pitillas, nos plantamos ante el primer castro, que lleva el castizo nombre de La Zorrera, cortado por el ferrocarril en lado suroeste del foso. A un altura de 347 metros y con una extensión de 3.500 metros cuadrados, antecedido de un antecastro, el poblado de La Zorrera, casi en la muga con Murillo el Cuende y a 200 metros del Cidacos, pervivió todo el período del Hierro y continuó en tiempos romanos. Las cerámicas encontradas así lo demuestran. Es un castro pequeño, bien comunicado con los restantes del pueblo y de Murillete, ocupados hoy mayormente por los espartos, las aliagas y los tomillos. En los primeros siglos de nuestra era, el poblado se desplazó unos metros al Sur, donde es conocido, además, otro  próximo asentamiento romano.

De La Zorrera, en el límite meridional del campo de Pitillas, subimos hasta el castro de Juan García, lindante con la carretera de  Pitilas a  Beire  un poco más alto (373 m) que el anterior y un poco más extenso (5000 metros cuadrados). Los restos encontrados, cerámicas y molinos, nos indican que fue habitado en el período del Hierro y en los siglos I y II de nuestra Era. La roturación constante del terreno y los trabajos de la concentración parcelaria no han dejado en él rastros protohistóricos y hasta han borrado los dos bancales visibles en las fotografías aéreas de 1956. Hoy lo rodea un campo de cereal. Al subir y bajar nos entretenemos en los dos poblados visitados con las primeras flores primaverales: verónicas, margaritas, dientes de león, ziapes o mostazas negras, astrágalos, orquídeas abejas negras, rúculas (eruca sativa)…

Y del castro Juan García arribamos al tercer castro, más conocido, de Santo Domingo, bien visible desde lejos. Santo Domingo, en Sabasán, es un lugar sacro y totémico de Pitillas. Como recuerda el panel en la cima del cerro, de 402 metros de altura y 9. 750 metros cuadrados, este lugar fue castro celtíbero en el milenio antes de Cristo; luego asentamiento romano, cerca de donde se encontró el miliario de Constantino, desaparecido despues; tuvo una torre defensiva de señales en el medievo y más tarde una ermita devocional, hasta que se levantó la actual en 1713,  a donde el pueblo pitillense peregina en romería a primeros de mayo, en la que participé una vez, invitado por el alcalde.

El recinto superior protohistórico, o acrópolis, tenía una muralla de piedra arenisca, visible hoy en alguna de sus partes, y un segundo recinto, más bajo, al sur, otra de un metro, más visible todavía. Hasta estos dos recintos no llegaron los pinos de repoblación, con los que la Diputación Foral, como en  tantos otros sitios, abancaló el cerro desde los pies, cerro que, por otra parte, venía sufriendo las alteraciones antrópicas desde hacía siglos. También aquí se encontaron abundantes cerámicas y molinos de mano de todas las etapas mencionadas. A 500 metros corre entre un espeso carrizal el barranco del Pozo del Pastor. Bello panorama dede aquí del Valle del Cidacos, con la oscura y larga sierra de Ujué al nordeste. Tras la colina pinosa de Altarrasa sacan la  cabecita Rada la vieja y la torre de Santacara. Rebrilla cerca de nosotros la plácida  lámina invernal de la Laguna, otro emblema y a la vez tesoro de la villa, a donde no ha llegado aún la primavera.

En una de las mesas de piedra del primer recinto probamos, al sol tibio y al cierzo suave de marzo, las primeras delicias culinarias, que tendrán su delicioso y confortador complemento en la casa de Mari Carmen y Juan José, dentro y fuera de su patio botánico, pero la intimidad, sal y refrigerador de experiencias humanas, no me permite concretar.

Todavía la tarde nos deja un rato para acercarnos a la Laguna y ver de cerca dos grandes cisnes, que hunden sus largos cuellos en el agua y parecen minúsculos submarinos blancos de maniobras en la superficie. Nos llegamos luego, una vez más, hasta la ciudad romana de Cara en Santacara. Vuelvo a lamentar la cercanía del cementerio de maquinaria agrícola (¿alguien lo habá confundido con arados romanos?) y un cierto descuido del lugar. Subimos a la escalera de madera y vemos qué pequeña es la excavación  comparada con lo que queda por excavar en y bajo el cerro o montecillo de San Pedro. Desgraciadamente buena parte de los restos del oppidum prerromano, que podría llegar hasta el siglo VI a. C., pereció bajo las obras del Colegio Público y del Polideportivo anejo. Nos quedan patentes como consuelo, en primera línea, los bloques de piedra arenisca careada, de 3 y cuatro metros de anchura, que formaban una de sus murallas  No sólo los descubrimientos romanos fueron aquí espectaculares, sino también los correspondientes a la Edad del Hierro, incluido un monetario ibérico.

Para colmo, vemos con asombro desde aqui en una de las paredes del Polideportivo  -¡en Santacara y a estas alturas de la historia!- dos grandes letreros de GORA ETA con letras rojas. Cerca, otro descerebrado escribió en el muro alto: Esto es España. ¿Pero todavía hay ayuntamientos que no hacen borrar  estas loquerías?