Precursor pre-ecuménico

Siempre tuve por un gran santo a mi paisano Francisco de Javier (y no Javier). Un santo universal, que también debiera distinguirse entre santos locales, nacionales y universales, a la hora de darles culto en la Iglesia, ya abarrotada de santos «canonizados», especialmente religiosos y religiosas. Un santo, que fue casi un superhombre, por la magnitud de empeños y de realizaciones. Pobre y austero hasta el máximo, devorado por los otros, al estilo de Jesús. Pero nunca le tuve por más santo que cuando, dejando a un lado la apologética ambiental que nos ha confundido siempre, le estudié de cerca, conocí sus muchas limitaciones y, a pesar de todo, le vi remontarlas y superarlas a fuerza de gracia y donación. No, Francisco de Javier no fue ese santo universal modélico para todos hoy, un precursor de la paz entre religiones, un precursor ecuménico, poco menos que un prototipo del diálogo entre culturas y civilizaciones. Nada de eso. Francisco de Javier, hombre de cristiandad en Javier, en París, en Roma y en Lisboa, se llevó con él el modelo de cristiandad y quiso imponerlo donde pudo. Por eso no conoció bien ni entendió la India y el resto del Oriente. Sólo en Japón, libre del Padroado portugués y del modelo de cristiandad, comenzó a entender lo que era una nueva cultura y una nueva religión. Pero él, con su gigantesca entrega y sacrificio, desbrozó el camino  y abrió la via a sus sucesores, los Valignano, Nobili, Ricci, y los jesuitas franceses, belgas y alemanes que les siguieron después, que sí entendieron las otras culturas y religiones, se encarnaron en ellas, las hicieron suyas y abrieron unas perspectivas evangelizadoras, que sólo la ignorancia y la soberbia de la Curia romana y la envidia y hasta el odio de otras órdenes religiosas interrumpieron casi hasta hoy mismo. Todavía, a la hora de la disolución por el papa de la Compañía, a finales del siglo XVIII, solía aducirse la cuestión de los ritos chinos como una de las acusaciones tópicas contra los jesuitas, ¡cuando fue uno de sus mayores aciertos históricos! De todo esto traté en mi ponencia durante el congreso internacional, hace dos años, recogidos después todos los trabajos en los dos volúmenes, Los mundos de Javier, Pamplona, 2008. Cometemos un grave error cada vez que ocultamos las deficiencias, las carencias, las limitaciones de nuestros grandes hombres. En la Iglesia, como en casi todas las instituciones, este es un mal viejo. El caso de nuestro santo misionero, superado en muchos aspectos por sus sucesores en la evangelización de todo el Oriente, que no han llegado a los altares, merece todavía una atención mayor.