Primer domingo de Cuaresma

                   
                         Luc 4, 1-13

El discípulo de Juan,
el penitente,
salido del ayuno del desierto,
no buscaba ante todo el pan de los mortales,
las delicias de una vida satisfecha.
Ni la gloria y el poder
de los reinos de la  tierra,
que conoció de cerca en la vecina Séforis,
y en los  recios mandatos sin réplica
de la Roma imperial
y  la corte corrupta de Herodes Antipas.
Ni quiso tentar al Dios de sus mayores,
dejándose llevar
de un falso celo profético,
fiándose al milagro
de su sola ommipotencia.
Había que escoger el camino directo,
y humilde, trazado por Juan,
sin la ruda aspereza del profeta encarcelado.
El Espìritu de Dios le apremiaba, impetuoso,
en su joven madurez
a compartir la suerte de los pobres
de Israel,
dejados por unos y por otros
al borde de la vida.
Y el Espíritu de Dios le llevó a Galilea,
su tierra natal,
a predicar el Reino 
del amor y la justicia entre los hombres.