(Is 2, 3-5)
Subamos ahora al monte del Señor.
Ya es hora de reservarle
algunos momentos de nuestra vida.
Para que Él nos recuerde los caminos de su ley
que hemos olvidado por completo,
y nos diga la palabra que nos sirva
de juicio y de criterio entre la gente.
Si el Señor es el árbitro de todos,
fundiremos los tanques y cañones
para usos pacíficos,
y las armas más raras y mortíferas
llevaremos al museo de la paz.
¿Para qué querríamos entonces
aumentar nuestra defensa?
Subamos, pues, al monte de Sión.