Voy terminando la novela Purgatorio, la primera del conocido periodista y escritor vasco, Jon Sistiaga, corresponsal de mil guerras, programador, autor y presentador de series, reportajes, secciones, de pleno éxito en televisión.
Me está gustando mucho. Por su lenguaje, Por la hondura del análisis de sus personajes. Por la combinación apasionante del pasado y del presente en la narración. Si alguna mácula podría ponérsele es el de la singularidad y el de la ejemplaridad. Porque esta vez, tenemos por fin un arrepentido matón de ETA, que había sabido resistir la tortura y ocultar su crimen, e igualmente un viejo comisario torturador, a quien el primero logra hacerle arrepentirse de sus terribles acciones en la comisaría de policía. Tanto las descripciones del zulo campestre, donde la víctima secuestrada escribe un diario, como de la atroz tortura infligida al sospechoso criminal, como de los diálogos entre unos y otros a la hora de intentar deshacerse o defenderse del negro pasado que los persigue, son inolvidables. Otro de los aciertos de la novela es haber puesto de relieve el carácter intelectual de la dirigencia etarra, que consigue eludir la persecución policial y la comparecencia ante la justicia, y se encuentra por vez primera ante el riesgo de ser descubierta.
Para muestra, elijo este breve fragmento, que revela el fondo épico de la ideología etarra, tan pocas veces resaltado por los políticos, los periodistas y los escritores:
-En la gloria no hay lírica –le gustaba decir a Pérez-Askasibar en cuanto se tomaba un whisky-. Es en la derrota donde se forjan las naciones, ahí es donde reside la épica, donde cuaja la identidad. Los hombres se reconocen en la pérdida, se hermanan en el fracaso. Eso sí es glorioso. El fracaso. Para renacer hay que morir. Y citaba entonces a la nación serbia, y a la escocesa e incluso a la zulú o a la España de la Reconquista, como ejemplos de pueblos atormentados por derrotas épicas y cristalizados como nación tras lograr levantarse