Conocíamos tan mal el llamado Reino de Viguera como el lugar, el pueblo, el municipio de Viguera, centro geográfico de La Rioja, de cuyo indicador a orillas del Iregua siempre pasábamos de largo. Ni sabíamos que Viguera, aparte su núcleo principal, incluye también el hoy despoblado Castañares de las Cuevas, arrimado a la pendiente, a orillas de la carretera, con la iglesia renacentista de San Pedro, y la aldea cercana de Panzares, que hoy cuenta sólo 12 habitantes y un bar-mirador frente a una rojiza roca tallada como un frontón natural. En conjunto, cuatro centenares y medio de personas, un tercio de las que hubo hace un siglo.
Pero Viguera es ante todo, más que una historia, un paisaje. Quien lo descubrió como fortaleza inexpugnable sabía bien lo que hacía. Pasado el gran portal de las Peñas semigemelas de Islallana, nos metemos en el macizo montañoso de Cameros, uno de los más imponentes y bellos de España. Todo lo que rodea a Viguera es, por los cuatro costados, una formidable muralla natural de rocas conglomeradas, con quebradas regulares e irregulares, comenzanado por la Peña Bajenza, en el cabo oriental, todo un coro danzante de torres y alfiles rocosos, hasta la roca en forma de yunque, sobre la que se levantó el castillo medieval, a 1049 metros, que defendía la población por la parte occidental. Desde el mirador del Peñueco, uno de los aciertos urbanísticos, al final de la calle La Plata, la visión es excepcional: allí lejos, Nalda, más cerca las villas de islallana, y alrederor de nosotros una exposición orográfica excepcional: farallones de todo tamaño y figura, crestas, picos, sierras, muelas, dientes afilados, puños cerrados, dedos buidos…, calizos, arcillosos, conglomerados…, silenciosos, inmutables, sorprendidos y sorprendentes.
El Reino (¿o sólo tenencia?) de Viguera duró aproximadamente desde el año 970 al 1005. Desde que Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Pamplona conquistaron ese territorio a los Banu Qasi, quien controlaba la región era Fortún Galíndez, que llevó los títulos de prefecto y duque bajo los reinados de Sancho I y García Sánchez de Pamplona.
Esta vez no pasamos de largo. Atravesado el agujereado túnel de Viguera, y pasado el Iregua, damos con la cara norte del poblado, que es la parte más moderna, con viviendas de todo tipo y algunos servicios municipales, como el centro deportivo y la piscina, La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, bien de interés cultural -monumento-, está en el vértice plano que divide los dos lados del poblado, en un recodo intermedio, donde se abre la plaza de España, que alberga la casa consistorial y los lugares de recreo y restauración de la villa. Por la parte sur, el caserío, mejor o peor caleado, se derrama, o, mejor, se despeña desde las altas rocas arrogantes hasta las humildes huertas aluviales del rio o regato de Las Cuevas, en un laberinto de calles, callejos, callizos, casas derruidas, algunas nuevas, otras arregladas, muchas en venta,…, que de lejos contentan la vista, pero de cerca causan una penosa impresión.
El rey García Sánchez I de Pamplona dejó Viguera en herencia a su hijo Ramiro, a quien reconoció después su hermano Sancho Garcés II, monarca que sucedió a su padre.
La dificultad de la urbanización; el estrecho espacio para las construcciones posteriores; la superpoblación un día; la huida de los habitantes hacia la parte norte, mucho más despejada… y una intolerable dejadez y pereza municipal de muchos años han hecho de la actual Viguera, a pesar de la impactante belleza de su entorno natural, todo un mal ejemplo de suciedad -basuras por todas partes-, descuido, mal gusto, desorden y desconcierto. Más en la vertiente sur que en la norte, pero también en los accesos y en los entornos. Vamos desde la plaza del pueblo, por el barranco del río Madre, pasando junto a varias granjas de vacuno, hasta los llamados chorrones de Viguera o Peña Puerta, refugio de buitres, que colorean el murallón cortado a pico, y a cuyos pies crece un hayedo, en un terreno sólo propicio a la encina, la carrasca y el matorral. Cuando hay agua -hoy no la hay-, es el salto más alto de la región, a 60 metros de altitud. Pues, la verdad, no hay lugar en todo este itinerario, que debiera ser modélico, donde se posen los ojos que no sea desaliño y abandono. Para llegar hasta allí atravesamos una de las muchas canteras de la empresa Iber Placo, filial de la multinacional Saint-Gobin que, entre otras especialidades, trabaja el yeso laminado y la escayola, y ha sido, de un modo u otro, la principal fuente de ingresos de las arcas de Viguera.
A Ramiro sucedió en el «reino» su hijo Sancho Ramírez el año 991, y a éste su hermano García Ramírez, quien solamente tuvo hijas y desapareció del registro histórico el año 1005, cuando entró a gobernar el reino de Pamplona, Sancho III Garcés, llamado Sancho el Mayor.
Como no tenemos tiempo de visitar, entre las varias emitas, la de San Esteban, prerrománica del siglo X, algo distante, y no podemos esperar hsta la romería del 25 de abril para ir a la de San Marcos, a la que nos invitan los paisanos -¡cuánto gritan, Dios mío, estos viguereños en la plaza!-, bajamos a orillas del Iregua, al llamado pozo Revilla, al pie de tres grandes rocas que bajaron a bañarse al rio, donde antiguamene había un molino y cerca un despoblado llamado Las Peñas. Es el lugar más limpio, y no del todo, que hemos visto a lo largo de nuestra visita.
Viguera y su reino fueron nombres utilizados a menudo como denominaciones para aludir a todo el territorio de La Rioja, topónimo que ya en 1009 identificaba a toda la región.
Lo cierto es que recientemente el diario La Rioja otorgó el premio del mejor pueblo del año en la Comunidad Autónoma a Viguera. La paisanería lo celebró por todo lo alto. Y encima de la puerta de la Casa Consistorial luce la leyenda escrita: Mi Pueblo es el mejor.
Podría parecer que se cree el mejor Pueblo del mundo.