Las elecciones municipales en las principales ciudades italianas han supuesto (puesto debajo de) un mina explosiva en la política italiana posterior al berlusconismo, pilotada ahora por el joven, intrépido, desenfadado y un tanto despótico y visionario presidente Matteo Renzi, que se desurdió por las bravas de sus dos predecesores y correligionarios. El berlusconismo ha vuelto a levantar cabeza en una ciudad tan represerntativa como Trieste y en otras ciudades más pequeñas. El hegemónico Partido Democrático ha ganado por los pelos Milán frente a Forza Italia y la Liga Norte, pero ha perdido nada menos que las dos ciudades símbolo, Roma y Turín, con un auténtico descalabro en la capital, ante las huestes anárquicas de Beppe Grillo, el Movimiento de las Cinco Estrellas, catapulta de los indignados y de la reacción popular frente a lo que queda de la polìtica de los partidos politicos tradicionales y de sus sucedáneos. Y el triunfo municipal en Nápoles, capital del siempre trágico Sur, y en otros ayuntamientos menores, confirma al mismo tiempo el dominio de la sociedad civil organizada contra la mala vita y la corrupción endémica, frente a la oposición berlusconiana agónica y a la inexistente opción democrática tras el previo ballotagio. Pésimo resultado para el presidente del Gobierno italiano, en una situación económica dificil y con una avalancha continua de inmigrantes y refugiados. Sobre todo en vísperas de un referéndum reformista, que llevar a cabo en octubre próximo, al que ha uncido su propio destino político.