Roncesvalles

 

Por encima del paisaje, el culto, el arte,  y la historia, quedó la leyenda:

Mala la hubisteis, franceses,
la caza de Roncesvalles,
do Carlos perdió la honra,
murieron los doce Pares…

La leyenda, que es perfume de la historia, su encanto, su nostalgia, su desbordamiento:

Muerto yace Durandarte,
debajo una verde haya,
llorábalo Montesinos
que a la muerte se hallara.

Peregrino lector, ve y detente sosegadamente en las venerables capillas de Santiago y del Espíritu Santo -o Silo de Carlomagno-; en la iglesia colegial gótico-francesa, y ante Nuestra Señora de Orreaga, Madre tiernísima, y una de las más delicadas imágenes y piezas de orfebrería del Gótico pleno; en la cripta decorada por pinturas murales; en el claustro que aún evoca al primitivo hundido por la nieve; o en la capilla de san Agustín, junto al sepulcro de Sancho el Fuerte… Y en la vieja posada, en la casa prioral, en la biblioteca museo…

Ve y haz un tramo del Camino. Hacia Burguete, bajo la sombrilla del hayedo, deteniéndote cabe la cruz de peregrinos. O hacia Astobiscar, pasando por el monumento a Roldán, entre nidos vacíos de ametralladoras frente al maquis, abajo, y entre redoutes de la guerra de la Convención, arriba.

Desde ahí se ve, más que se lee, el poema anónimo (1199-1215), conservado en la Colegiata, que comienza ponderando la hermosura de la Casa;

Domus venerabilis, domus gloriosa.
Domus admirabilis, domus fructuosa.
Pirineis montibus floret sicur rosa.

Universis gentibus valde gratiosa.