La sabiduría no era un estado excepcional: los discípulos de Confucio, Mencio y Xunci insistieron en que era posible para todos. Mientras que los taoístas y budistas buscaban la iluminación retirándose de la sociedad, Confucio, en su Doctrina del Medio (Shongyong), acentuaba la necesidad que tenemos de los otros para alcanzar la plena humanidad. No podemos perfeccionarnos nosotros mismos sin al mismo tiempo trabajar para la perfección de todos los demás seres.
El reformador confuciano en el norte de China Zhou Dunyi (1017-1073) era tan profundamente consciente de su relación íntima con todas las cosas, que, según se decía, se negaba a cortar la hierba que crecía bajo su ventana. Y Zhang Zai (1020-1077) expresaba su visión de la unidad e igualdad de todas las cosas con estas palabras inscritas en el muro occidental de su estudio:
El Cielo es mi padre y la Tierra es mi madre, e incluso una criatura tan ínfima como yo encuentra un lugar íntimo en su seno.
Por eso lo que se extiende a lo largo de todo el universo lo considero como mi cuerpo, y lo que dirige el universo lo considero como mi naturaleza.
Todas las personas son mis hermanos y hermanas, y todas la cosas son mis compañeras.
El gran gobernante [el emperador] es el hijo mayor de mis padres [el Cielo y la Tierra], y los grandes ministros son sus sirvientes. Respetad a los ancianos, asi es como deben ser tratados. Mostrad afecto a los huérfanos y los débiles, así es como deben ser tratados. (…) Incluso aquellos agotados y debilitados, inválidos y enfermos, quienes no tienen hermanos ni hermanas, esposas o esposos, todos ellos son mis hermanos, sumidos en la desesperación y sin nadie a quien aferrarse.