El confuciano Fang Yizhi (1611-1671) recibió la educación habitual en los clásicos chinos y leyó mucha filosofía, aunque prefería la poesía. Tutor del tercer hijo del emperador, en el último período Ming, cuando las trops manchúes Quing llegaron a la capital en 1644, se rapó la cabeza como un momje budista para demostrar su rechazo a la nueva dinastía. Fue influido por los misioneros jesuitas y sus enseñanzas de la astronomía, la matemática y la filosofía natural europeas. Habiendo recibido de su padre una recopilación de estudios astronómicos, bajo patrocinio imperial, defendió, frente a varios de sus colegas, el estudio de todo cuanto existe en el mundo, tanto físico como espiritual. Le parecía esencial ver el propio yo en el contexto de todas las cosas en el Cielo y en la Tierra:
Si poseyera riquezas, crearía un simple lugar de estudio y financiaría a las mentes más talentosas del imperio. Utilizaríamos los puntos fuertes y la ramificación de las causas en campos como la exégesis clásica, los principios de la naturaleza, los principios de las cosas, la literatura, la economía, la filología, las destrezas técnicas, la música, el conocimiento del calendario y la medicina.
Fang estaba dispuesto a aprender de Occidente: el Primun Mobile, la esfericidad de la Tierra, el heliocentrismo, las fases y las distancias de los planetas…, y absorbió las ideas de Copérnico y Tycho Brahe. Pero tenía reservas respecto a la filosofía occidental, que veía deficiente en cuanto a lo incognoscible, lo recóndito y la realidad unificadora que oculta capas de misterios. Le parecía inadecuado el décimo cielo inactivo de los jesuitas, hogar de un Dios absurdamente inadecuado, al quie los misioneros llamaban Señor de la creación. A diferencia del Dao (el principio cosmogonico y ontológico de todas las cosas), el Dios de los jesuitas europeos estaba encerrado en un único sector del universo, que supuestamente había creado… Fang llegó a la conclusión de que los misioneros occidentales no se habían percatado de las limitaciones del lenguaje al referirse a la realidad última: Es frecuente que su significado sea obstaculizado por sus palabras.