Se nos fue Joaquín, con 101 años

 

                                Le conocí muy tarde, una tarde en que fui a visitar en su habitación de la Casa de Misericordia a su hermano Jacinto, sacerdote estellés, coadjutor de la parroquia de San Miguel, imposibilitado total tras un accidente casero, que le llevó por un calvario de residencias hasta alcanzar allí la paz y el sosiego. Jacinto había sido un cura joven, buen orador, predicador y escritor, a quien se le truncó su vida activa para siempre. Su hermano Joaquín, desde su jubilación de ingeniero industrial, le visitaba todas las tardes, y conversando en algunas de ellas nos hicimos amigos, en persona y a través de una frecuente comunicación digital. 

Joaquín (Joaquín María Boneta Senosiain) vivió en Madrid durante la República una experiencia, que acabo con la muerte trágica de su padre, militar, que describió después en un diario, que hice todo lo posible por ayudarle a publicarlo en todo o en parte, pero con nulo éxito. Y un un buen día me prestó otro diario, que dijo ser de un amigo de Estella, de los mismos tiempos, pero vividos en su ciudad natal. Con su permiso, publiqué algunos de sus fragmentos en mi cuaderno de bitácora, y sigo pensando que sería un gran acierto que alguien lo sacase a la luz algún día.

Joaquín ha sido uno de esos amigos, en mi caso uno de los últimos, que nos pasan unos cuantos años, y a los que consideramos como hermanos mayores, y, a ratos, como padres adoptivos. Le tuve en ocasiones como asesor y consejero, y siempre como hombre prudente en todo. Su receptividad y su más que amable acogida de todo lo que yo le enviaba escrito no tenía límite. Curado de muchos espantos y batido en muchas trincheras, su fe profunda no tenía nada de ingenua, y su serena visión de la vida guardaba el picante de un suave escepticismo envuelto en un delicado humor que le libraba de cualquier excesivo entusiasmo y, desde luego, de cualquier aspaviento.

Lamento no conocer de su vida diaria la sarta de virtudes que solo su esposa María Teresa Beorlegui y sus hijos solo conocen. Fue uno de esos  hombres justos -todo un siglo justo- que pasaron por la historia, siguiendo a Jesús de Nazaret, haciendo el bien.