La paz y el Espíritu
(Jn 20, 19-31)
Al atardecer
del primer día de la semana
-inicio de un un tiempo salvador-,
se presentó Jesús en medio de sus discípulos,
todavía con el miedo y la duda en el cuerpo:
–La paz con vosotros.
La paz que, tiempo atrás, les había prometido,
tan distinta de la pax que Roma había conseguido con la guerra.
La paz del tiempo final,
última y definitiva,
que habían previsto los profetas Isaías y Ezequiel.
-Como el Padre me envíó –prosiguió Jesús-,
así os envío a vosotros.
Y soplando sobre ellos, como en una nueva creación:
-Recibid el Espíritu Santo…
Fruto primero del Resucitado,
el Espíritu que perdona los pecados,
trae la paz, vence a la muerte
y hace hijos de Dios.
Tomás representa en esta escena catequética
a los muchos que habían de dudar,
buscando la cómoda razón de la evidencia.
Pero Jesús elogia al que cree sin ver,
guiado por la Santa Escritura y la fe comunitaria
hasta llegar a la fe del corazón,
que dice: Señor mío y Dios mío…
¡Mucho mayor que el Dominus et Deus noster,
como se le llamaba a Domiciano,
señor del mundo de aquellos días!