El número 340 (abril 2011) de la revista internacional de teología Concilium lleva por título Ser Cristiano. Leo la revista, fruto temprano del Vaticano II, desde el primer número y es una de las joyas de mi biblioteca. Pocas publicaciones me han hecho tanto bien y me han servido tanto en mi vida. Ciertas puntas desmesuradas o menos justas, propias de toda creación progresista, pueden ser perdonadas fácilmente, pero tampoco he tenido empacho en denunciar algunas excentricidades. En este número, que se abre con una reflexión del propio Hans Küng, uno de los fundadores de la revista, sobre su célebre y madrugador libro en alemán, traducido a diez idiomas, Ser cristiano, hay otro finísimo trabajo del dominico inglés Timothy Radcliffe, autor de otra famosa obra, similar en el propósito, Qué sentido tiene ser cristiano, quien esta vez se pregunta Qué marca diferencialmente al cristianismo. Tras unas serias y vivas reflexiones acerca de los valores y desvalores cristianos en la Europa de hoy y en el resto del mundo, termina con esta preciosa síntesis: Así que ser cristiano debiera producir un efecto significativo. Nuestras palabras no tendrán sentido alguno, si no se encarnan en modos específicos de vida. Tenemos una esperanza extraña, que se revela precisamente cuando parece que no hay futuro, una alegría suficientemente grande para dar cabida a la tristeza y una libertad que alcanza su cima en la donación de nuestra vida. Esto nos exige la valentía -que implica que amamos tanto a la vida, que estamos dispuestos a morir- y el aprecio a nuestra existencia corporal. A menos que la gente se encuentre con esta fe viva, esperanzadora y libre, todos nuestros intentos de evangelización serán una pérdida de tiempo. Nuestras palabras estarían vacías.