Sí, desafío más que órdago infantil, pero órdago también, en tiempo preelectoral, para volver a llamar a rebato el partido controlado; avisar en serio a los socios díscolos para que se atengan a las consecuencias; rearmar la mayoría progresista-sanchista contra el enemigo común, que le pisa los talones, y poner de nuevo en la primera línea del frente bélico a la prensa enemiga, que pide explicaciones y no se le da, y a los jueces democráticos y constitucionales, que se atreven desde hace años a contradecir, desde el derecho y el sentido común, la deriva del Estado que pilota este irresponsable sin escrúpulos, como le calificó el diario más leído de España en 2016.
Podía haber propuesto, ya que se han negado él y los suyos a dar explicaciones, una cuestión de confianza. Puede presentarla todavía a partir del lunes, aunque la campaña catalana puede arruinarle la idea. Pero nada bueno podemos esperar de este desafío populista, valentón y amenazante.
Si llegara el caso de que razones interiores o exteriores, que se nos escapan, le obligaran a dimitir, no sería yo el último en alegrarme. Pero ni el tono de jaque, ni el plazo perentorio, ni la reacción primera de su partido, ni el grito de angustia de BILDU, ni la catadura del personaje durante estos seis años de desgobierno hacen de la dimisión una probabilidad, y, ni siquiera, una lejana posibilidad.