En una reciente carta abierta, las siete mujeres francesas del colectivo Toutes apôtres (todas, apóstoles), que el día de Santa María Magdalena (22 de julio) depositaron ante la Nunciatura de París sus candidatura al sacerdocio y a cualquier otro grado jerárquico, han agradecido la amable acogida que ha tenido el representante del papa para todas y cada de ellas. Diálogo y simpatía, sí, pero ¿el mismo análisis y la misma comprensión? Ahora están dispuestas a encontrarse con la Conferencia Episcopal Francesa y esperan ser recibidas -esa fue la petición principal al nuncio Migliore- por el papa Francisco.
Difícil papeleta para el papa, vistos los tajantes documentos de sus inmediatos predecesores. Siempre he creído, igual que en el caso del presbiterado para los viri probati, que sin un Concilio de por medio, la decisión supere las fueras y la posibilidades de un hombre solo, por muy pontífice que sea. Pero la iniciativa de las siete mujeres apostólicas francesas, de las siete Magdalenas -que para eso dicen que la santa apóstol desembarcó en Francia- va a tener mucha mayor repercusión de lo que se creyó en un principio. Es una iniciativa imparable e indefinidamente mulltiplicable, sin agravios, sin enconos, y con un aire de frescura y gracia inigualables hasta hoy.
Entretanto, los trabajos en pro del sacerdocio de la mujer se multiplican por doquier. Entre los estudios recientes más relevantes están el de la religiosa Lavinia Byrne, Mujeres en el altar: La rebelión de las monjas para ejercer el sacerdocio; el de de Karen Jo Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes, o los del historiador Giorgio Otranto, director del Instituto de Estudios Clásicos y Cristianos de la Universidad de Bari. A juzgar por estos estudios, especialmente el segundo, se demostraría, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos en Europa, África y Asia, alguna carta pontificia y otros textos, que durante los tres primeros siglos de la Iglesia -la prohibición de la ordenación de las mujeres sería cosa del Concilio de Laodicea, a mediados del siglo IV- las mujeres ejercieron el sacerdocio católico. No soy ni de lejos experto en este punto, pero los argumentos que conozco en esa dirección no llegan a convencerme. Si la cosa fuera tan clara, me extraña mucho que la Iglesia ortodoxa, que mantiene la misma actitud, en este caso, que la católica, no se hubiera visto interpelada para tomar otro rumbo, y dificilmente los historiadores y responsables de la misma Iglesia de Roma podrían haber negado las evidencias y persistido, al menos, en sus dudas, cuando no en su negación.
Pero, ni aqui ni en ningún otro campo de existencia, el pasado es el único criterio de acción de una institución actual. El movimiento de las siete mujeres apostólicas francesas me parece más convincente