Sobre el diálogo interior

 

      Acostumbrados al diálogo-comodín de ciertos políticos, que sirve para todo y por eso no sirve para nada, reconforta leer al filósofo, ensayista y profesor de la Pompeu Fabra, Fernando Pérez Borbujo, sobre la necesidad del diálogo para la justa convivencia en nuestras sociedades democráticas; para la correcta comprensión de la libertad religiosa; en el seno de las comunidades educativas; en el seno de las familias…

Pero especialmente en la filosofía, en el difícil arte de la guía del pensamiento y su modalización interior. Lo cierto es que -escribe Borbujo-, como sostenía Schellling, en la estela del genuino pensamiento cristiano-neoplatónico, el verdadero diálogo es el diálogo interior, porque en el hombre hay una dimensión que pregunta y otra que responde, una que guía y otra que es guiada, un eterno buscarse y preguntarse. En el siencio interior, en la contemplación, en la oración, en el arte de saber guiar el diálogo interior, se dan las condiciones para que cada hombre sepa encontrarse a si mismo para salir al encuentro del otro, sepa acallar su murmullo interior para escuchar la voz del otro, tenga la capacidad de dominar el egoísmo propio y conozca su fragilidad para saberse abrir al otro, tenga la fortaleza necesaria que le haga capaz de presentarse desnudo, sin disfraces ni máscaras, ante el prójimo.

La filosofía coincide aqui con nuestras tradiciones religiosas más antiguas: sin genuino diálogo del alma no se dan la sinceridad, la honestidad y la claridad de vida necesarias que permitan un verdadero diálogo externo, cuyos presupuestos no radican en cuestiones formales o procesales, sino en las condiciones internas que hacen posible todo diálogo y que no son otras que las del auténtico pensamiento filosófico.