El encuentro personal con el Señor resucitado se presenta en el Nuevo Testamento como el encuentro y la experiencia de Dios. Como la experiencia del reino de Dios, llegado definitivamente en Jesucristo mediante su vida y su muerte. Como el resplandor de la gloria de Dios en el rostro del Crucificado. Lo que los teólogos llaman la autorrevelación escatológica de Dios.
Esta es la razón de la fe pascual, de toda fe, que tiene a Dios como eje y meta de la vida. Más que hechos o pruebas aisladas, el fundamento de la fe es la fidelidad-verdad de Dios mismo, que convence y seduce al hombre. Jesús de Nazaret, el testigo-maestro de la fe en su vida y en su muerte, ha devenido, con estos encuentros, en fundamento de la fe.
Además, nuestra fe pascual en Cristo descansa sobre el testimonio de los apóstoles, trasmitido en la Iglesia como comunidad de creyentes. Solo en y por este testimonio es el Cristo resucitado realidad actual por su espíritu en la historia, pues una realidad histórica siempre tiene que ser conocida en la historia. Jesús es perenne presencia en la historia a través del testimonio de la Iglesia apostólica.