Nos visitado el genial científico inglés, cosmólogo, astrofísico y divulgador de éxito, Stephen Hawking, admirable por su ciencia, por su desvelos divulgadores y por su increible fortaleza en resistir y vencer hasta ahora, desde su carrito de ruedas, a una grave enfermedad degenerativa, que le priva de casi todos sus sentidos. Nos ha hablado -cada una de sus palabras es un triunfo- de varios extremos científicos de su especialidad. No es muy optimista que se diga en lo que toca a este mundo en que vivimos. Piensa que será muy difícil evitar una desastre en nuestro planeta en los próximos cien años y prevé que el futuro de la raza humana está en el espacio, a donde él ya ha viajado una vez para experimentar la ingravidez. Pero, como muchos sabios de su estirpe, se ha metido a teólogo, y nada menos que desde Santiago de Compostela, ha dicho, según recoge con grandes titulares, como no podía ser menos, el diario más leído y laicista de España, que las leyes en las que se basa la ciencia para explicar el origen del universo no dejan mucho espacio ni para milagros ni para Dios, y que la ciencia está dando cada vez más respuestas a preguntas que solían ser dominio de la religión. Lo que prueba, entre otras cosas, y lo digo con pena, que no ha aprendido mucho de su admirado y creyente Galileo; que no le han convencido, si es que los ha leído, otros sabios como Theillard de Chardin u otros físicos y astrofísicos cristianos, o que, sencillamente, nadie le ha dado, al menos, esas dos tardes de teología necesarias para poder hablar con un poco de seriedad sobre estas cosas y no aparecer como un supino ignorante acerca de lo que se entiende hoy por milagros, por Dios, por origen del universo y hasta por dominio de la religión.