Te traigo, Señor,
mis años;
-ahí es nada,
mis 88 años-
en la vasta bandeja
del tiempo y del espacio.
Con sus sombras y luces,
con sus negros y blancos,
con sus varios provechos
y daños.
Pastorcico de Belén
o aspirante a rey mago,
aquí te los dejo enteros
como regalo,
y al mismo tiempo
como descargo.
Tú verás qué hacer con ellos:
Tu eres el justo y el sabio.
¡Qué mejor cosa
que mis años!
Es lo mejor que tengo,
lo único:
mis años.