Todavía recordamos, cuando queremos recordar, los sangrantes testimonios de teólogos y moralistas venerables, como el moralista redentorista, P, Häring, o los de teólogos insignes, como el dominico Schillebeecx o el sacerdote secular Hans Küng, víctimas, y de qué maneras, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), que muchos se complacen en recordar como sustituta del antiguo Santo Oificio de la Inquisición. En la lista de algunos afectados, que reune ahora la revista VN, el teólogo australiano Paul Collins, misionero del Sagrado Corazón, cuenta que en el tiempo de su proceso, el cardenal Ratzinger, prefecto de la CDF, se dirigía a él por medio del secretario del discasterio, Tarcisio Bertone, quien escribía a su superior general de la Congregación, y éste al provincial en Australia, ¡quien finalmente hablaba con Collins! Y el procesado tenía que responder utilizando la misma cadena de personas: Era ridículo. No estaban interesados en aclarar nada, sólo querian que me rindiera ante su interpretación del catolicismo. Aunque la mayoría de los testigos de tales procesos quieren acabar con tales métodos, por anticristianos y antieclesiales, algunos de ellos no piden tanto, sino sólo que sean procesos justos. Y es que la fe y la teología son esencialmente eclesiales. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que en estos momentos se encarga también de los delitos de abusos sexuales por parte del clero, tiene como misión fundamental, según Pablo VI, la promoción de la sana doctrina y la actividad apostólica de la Iglesia. Siendo, por tanto, absolutamente legítima la intervención de la Congregción en la tutela de la fe, cuando esa fe está en juego en afirmaciones teológicas determinadas, parece a todas luces justo exigir la máxima garantía de todos los derechos eclesiales de los autores llamados a capítulo, sin secretos de denuncias y sin género alguno de indefensión. Además, una cosa es la llamada sustancia de la fe, y otra la comprensión de esa fe a través de la razon humana que emprende el teólogo. Una fe en la pluralidad de teologías, pero sin que ninguna de ellas pueda poner en peligro o venga a poner en duda, o a oscurecer, al menos, esa fe, sino a esclarecerla, a afinarla, a robustecerla.