Esta mañana, escuchando en la sesión del Congreso de los miércoles las preguntas de los nacionalistas e independentistas vascos y catalanes contra la ministra de Defensa, Margarita Robles, a propósito de lo que ellos llaman Catalan Gate y espionaje del Estado contra el independentismo catalán, he visto claro que la aberrante política de Pedro Sánchez llegaba a su fin y tocaba fondo. Suceda lo que suceda, todo será consecuencia de lo que ha sucedido hoy. Es decir, no se puede llegar más bajo, más abajo.
La caída del Gobierno sanchista en la trampa independentista de atizar la polémica, siguiendo las maniobras de Puigdemont, que se defiende así frente al Tribunal europeo, que estudia estos días su caso penal, y evita a la vez que se trate en serio de sus relaciones con el dictador criminal ruso, ha tenido una de sus expresiones públicas más degradantes en la sesión de hoy. Una pobre ministra, la de Defensa precisamente, acorralada. Unas ministras socialistas a sus dos lados, impertérritas, como si la cosa no fuera con ellas o les molestara la valiente actitud de sucompañera en el sanchsimo, y un presidente del Gobierno mudo y sobre todo, incapaz de abrir la boca en alguno de los momentos del tiempo real, me ha dado esa contundente impresión. Hasta me parece menor el escándalo de ayer de legitimar a los enemigos de la España constitucional en la comisión de secretos oficiales.
La última perversión del pecado original de este Gobierno lo hundía, esta mañana, en el lodazal del pozo más profundo.