Entre los males que nos afectan en España está el bipartidismo imperfecto, que en la Transición se juzgó como un bien para fundar y consolidar la democracia, y que hoy lo consideramos peligroso para ahuyentar la corrupción. El PSOE y el PP hicieron lo posible para acabar con los pequeños partidos que les hacían sombra en sus respectivos niveles ideológicos, y, aunque no lo consigueron del todo, sí pudieron aparecer al fin como las dos únicas opciones políticas a las que podían concurrir todos los españoles con posibilidades de acierto en cualquiera de las elecciones. Hoy día, al hablar de la corrupción que nos azota, muchos han visto claro que el hecho de que la llamada izquierda tenga como único referente con posibilidades electorales al PSOE, y la llamada centro-derecha lo tenga en el PP hace imposible, o mucho más difícil, que el votante pueda elegir libremente a otro partido, sin salir del ámbito ideológico en el que se mueva. Condenados -podríamos decir- a votar al mismo partido que, por sus casos de corrupción, se ha hecho indigno de su confianza. Y todavía en el caso de la llamada izquierda, existe la posibilidad de votar a IU -bien que ya no sea una opción socialdemócrata-, o a UPyD o Ciutadans -lo que están haciendo ahora mismo muchos de los catalanes que votaban antes al PSC (PSOE)-, pero en la llamada derecha, no hay otra opción que la representada por el PP. Me recuerda al Japón, donde el Partido Liberal Demócrata, con un historial altísimo de corrupciones, raramente deja de ser el partido más votado por un pueblo conservador como el japonés. En España las otras opciones en el nivel ideológico del centro derecha son CIU y el PNV, pero son opciones que, en el ámbito autonómico-patriótico, se definen como nacionalistas confederalistas/independentistas, lo que a una mayoría de votantes conservadores o moderados españoles les es casi imposible aceptar. Asi, pues, el bipartidismo, que nos parecía hasta hace bien poco necesario o utilísmo para la defensa de la Nación plural y del Estado fuerte, por culpa de la corrupción se nos ha vuelto peligoroso, y, hasta cierto punto, negativo. Siempre aprendiendo.